En esta ocasión, y como se espera del Milodón chileno 1, me escondo en una cueva y desaparezco del discurso, ejerzo por boca de los presuntos implicados y le cedo la muleta al alma de este número, al chófer, al anfitrión, al disidente, al arquitecto infiltrado, a un Juan Paulo Alarcón que ha tenido que luchar contra sus propios fantasmas a lo largo de este viaje iniciático. Me descubro ante su capacidad para asumir riesgos.