“Se suele decir que Portugal es un país tradicionalista. Nada más falso. La continuidad se opera o salvaguarda por la inercia o instinto de conservación social, entre nosotros como en todas partes, pero la tradición no es esa continuidad, es la aceptación innovadora de lo adquirido, el diálogo o combate en el interior de sus muros, sobre todo en una filiación interior creadora, fenómeno de entre todos raro e insólito en la cultura portuguesa. Es la inserción de lo alígeno o alógeno en el proceso de producción nacional que constituye la norma y configura a su autor en el papel de creador, lo que nosotros siempre entendemos como la invención del mundo a partir de la nada. De la nada que nos anteceda” (Lourenço, 2000: 78)1.